Arte y Figura

ARTE

Y

FIGURA

POR “EL NOLO”

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

Perros mastines en el ruedo

Con el ganado vacuno, ovino y caballar, vinieron a la Nueva España una gran cantidad de otros animales, para diversos usos, entre ellos, el perro mastín español. A la inversa, fueron llevados a Europa animales fabulosos como los loros, único pájaro parlante, los perros más pequeños que se conocen, de raza Chihuahua y los “izcuintli”, sin pelo, de exquisita carne comestible, que tenían la representación terrestre de la divinidad “Xolotl”, encargada de guiar las almas de los muertos a su destino final en la religión indígena.

Pues bien, los mastines, además de cuidar de sus amos en situaciones comprometidas con los nativos, siempre indómitos, eran usados durante los primeros años de la tauromaquia mexicana para azuzar la bravura de los toros que no acometían a los caballeros a entera satisfacción para logar un lúcido espectáculo público.

Esta costumbre taurina, de rancia tradición, fue continuada en ambos países durante muchos años, habiendo inspirado a Don Paco, el de los toros, uno de sus inmortales aguafuertes.

Tomas Venegas, “El Gachupín Toreador”

El espectáculo taurino empieza a dejar de ser una muestra gratuita de valentía y regocijo popular, para convertirse en un negocio, fuente de ingreso para el Virreinato. De este modo, el Virrey Marqués de Croix, que llegó a sus dominios inesperadamente y mandó suspender las corridas que se organizaban en su honor, para ahorrar gastos, sólo tres años después cambia de opinión y sugiere al Ayuntamiento la organización de una temporada de doce corridas, a fin de procurarse fondos para realizar mejoras en la que empezaba a llamarse la Ciudad de los Palacios. Fueron adquiridos nada más que 200 toros de dos ganaderías: “Yeregé”, propiedad de Don Francisco Retana, y la de Don Julián del Hierro. Primer espada: Tomas Venegas, “El Gachupín Toreador”, que por entonces ya había conseguido fama de diestro valiente y habilidoso para matar toros a pie. Fue torero de cartel durante muchos años. Segundo espada: Pedro Montero. Entre los banderilleros: Julio Figueroa “El Loco” y Juan Esteban González “El Calacuaya”. Entre los picadores, junto a nombres de filiación netamente peninsular, como Manuel Franco “El Jerezano”, que también era rejoneador, y Cristóbal Díaz “El Andaluz”, otros surgidos en la Anáhuac conquistada: Felipe Hernández “El Cuate” y Felipe Paredes “El Tejón”. Corre ya el último tercio del siglo XVIII. El tiempo siempre pasa con una rapidez que es una barbaridad.

Continuará… Olé y hasta la próxima.